Esto
del uso de la primera persona, si bien es un recurso valioso en la
escritura etnográfica, ayuda a superar la trampa de objetividad de
la ciencia moderna, disminuye la separación entre el investigador y
las comunidades, sirve como cura para la antropología y demás
ciencias sociales colonialistas, etc., en lo personal genera al mismo
tiempo una sensación de narcicismo. Es la distancia corta que separa
lo egocentrado de lo egocéntrico. Un año afectivamente complicado
me ha generado un eco de recriminaciones sobre mi egoísmo. De todas
maneras, un efecto bueno de esta situación es que permanezco en
guardia con lo que escribo, tratando de que, sea como sea, contenga
algo que pueda ser considerado de provecho por alguien.
Quiero
poner aquí algunas ideas que he venido acumulando a lo largo del
viaje. He pasado ya por Taganga, Barranquilla, Cartagena, Cali,
Popayán, Tierradentro, San Agustín, Florencia y ahora estoy en San
Vicente del Caguán, en la Finca de un vecino de Ciro, el estudiante
de la especialización en gestión cultural de quien hablé en la
primera entrada. Resulta imposible, para mí, escribir sobre la
cantidad de experiencias intensas que me atraviesan, como neutrinos.
Hace cuatro días estaba tomando fotos del Nevado del Huila desde un
alto cualquiera en las entrañas de Tierradentro, y hoy estoy
escuchando música norteña en medio del Caquetá, en una finca de
150 hectáreas, pequeña, para los estándares de los llanos
orientales. Hablábamos con alguien antier de la transformación de
la selva en llano, que es realmente lo que ha venido pasando en este
departamento, el más desarrollado del Amazonas colombiano. Todo el
tiempo pasan cosas importantes: hoy saqué mi primera yuca, ayer,
pesqué mi primer pescado, un par de días antes llevé a mi mamá a
ver por primera vez Tierradentro y encontramos el nevado del Huila
hermoso, despejado, sublime. Menos esquivo realmente, que los picos
Colón y Bolívar, en la Sierra Nevada de Santa Marta (quizás las
montañas de Tierradentro han tenido más tiempo para hacer confianza
conmigo, pues las visito desde 1994).
La
lejanía de mis lugares habituales me cura un poco de todos mis
males. Un viento sopla suave en un día soleado. A la sombra de un
árbol de naranja, en una esquina de la casa donde nos quedamos voy
pasando revista a mis recuerdos de un año de cambios fuertes, un año
montaña rusa. Un poco más atrás de donde estoy sentado, está
guindado mi chinchorro, entre un arbol y la casa. Pienso tanto en mí
ahora, que me cuesta esta vez encontrar los temas que podrían ser
interesantes para mis amigos, y para otras personas. He estudiado
mucho y sé poco de la vida.
Envidio a mis anfitriones de aquí, cuatro parejas con hijos entre niños, adolescentes y jóvenes. Antes de anoche, jugando bingo, tomando cerveza y hablando, chanceando, montándosela los unos a los otros. Pepa, la mujer de Mancho, nos invitó a conocer su finca, explicando que le daba pena no tener aquí lo necesario para que nos sintamos cómodos. Fue una escena chistosa pues ella extremadamente introvertida, tiene un marido extremadamente reservado, tranquilo. Así que ella lo echó al agua en determinado momento: -Mi amor, yo los invité... Al fin y al cabo, la mitad de la finca es mía-. Él sonrió tranquilo y con un poquito de picardía. Nos dijo más o menos por dónde era. Alguien dijo: -Así sea caminando, si alguien me dice por dónde es, ¡hijueputa! ¡allá les llegamos!-... Y nos fuimos animando todos. Ayer, repartidos en una Hyundai Tucson y cuatro motos, diez adultos, ocho jóvenes, cuatro niños, mercado para todos y cinco pacas de cerveza lata, recorrimos el camino hasta la vereda El Castillo, poco más de una hora, con la aventura incluida de cruzar un retén de la policía sin llevar los papeles de las motos. Me pareció sorprendente aquí en ese momento, dos cosas: nadie ofreció o intentó sobornar a los policías, y tras hacernos esperar 15 minutos de regaño por no ser precavidos, etc., nos dejaron pasar.
Envidio a mis anfitriones de aquí, cuatro parejas con hijos entre niños, adolescentes y jóvenes. Antes de anoche, jugando bingo, tomando cerveza y hablando, chanceando, montándosela los unos a los otros. Pepa, la mujer de Mancho, nos invitó a conocer su finca, explicando que le daba pena no tener aquí lo necesario para que nos sintamos cómodos. Fue una escena chistosa pues ella extremadamente introvertida, tiene un marido extremadamente reservado, tranquilo. Así que ella lo echó al agua en determinado momento: -Mi amor, yo los invité... Al fin y al cabo, la mitad de la finca es mía-. Él sonrió tranquilo y con un poquito de picardía. Nos dijo más o menos por dónde era. Alguien dijo: -Así sea caminando, si alguien me dice por dónde es, ¡hijueputa! ¡allá les llegamos!-... Y nos fuimos animando todos. Ayer, repartidos en una Hyundai Tucson y cuatro motos, diez adultos, ocho jóvenes, cuatro niños, mercado para todos y cinco pacas de cerveza lata, recorrimos el camino hasta la vereda El Castillo, poco más de una hora, con la aventura incluida de cruzar un retén de la policía sin llevar los papeles de las motos. Me pareció sorprendente aquí en ese momento, dos cosas: nadie ofreció o intentó sobornar a los policías, y tras hacernos esperar 15 minutos de regaño por no ser precavidos, etc., nos dejaron pasar.
No
contaré todo lo que he visto y vivido aquí. Solo comparto hoy que
extraño el tiempo en que los planes surgían improvisadamente sin
importar que no había ni cinco de dinero. Los paseos con mis amigos
de los parches del proyecto PAZ-PARCE por el suroriente de
Cundimarca. Todo lo que se necesitaba eran 10.000 pesos para los
pasajes hasta el páramo detrás del cerro de Guadalupe, en el
oriente de Bogotá. El resto se improvisaba, pero nunca moríamos de
hambre.Este recuerdo me ayuda a recordar cómo era mi vida hace
tiempo. Es bueno recordarlo para decidir cómo quiero ser en la nueva
época que comienza.
Al
pensar los temas sobre los que me gustaría escribir, tengo esta
sensación, y el pedido de mi amigo Ciro, de contar que San Vicente
del Caguán, con toda su historia de haber sido territorio legalmente
administrado por la guerrilla durante el gobierno de Andrés
Pastrana, y de haber sido claramente epicentro de la guerra que
aqueja a nuestro país hace décadas, en todo caso, no es como lo
pintan.
Aquí hice mi primera pesca en la vida, a los 41 años, en el río Losada, afluente del Caguán. También arranqué mi primera mata de yuca. Nos dejamos arrastrar del rio Caguán buscando peces para cazarlos con pistola neumática (no la llevaba yo, no avanzo tan rápido), perdimos la pistola neumática en un descuido, me acosté como un tronco mirando el cielo azul profundo de un día soleado, hasta que me estrellé con un tronco y perdí la careta con la que estaba careteando la lado de Ciro y Toño, quienes llevaban sus pistolas neumáticas. Hace tiempo no estaba tan despreocupado de mis cosas, de mis papeles, tan con sólo lo necesario, dejándome arrastrar de la corriente durante horas. San Vicente respira una libertad en la que se mezcla el llano inmenso con la selva generosa. Ayer, al salir a la finca, dejé mi celular en casa de Ciro, como hace tiempo que no hacía. Comienza mi desintoxicación tecnológica.
Aquí hice mi primera pesca en la vida, a los 41 años, en el río Losada, afluente del Caguán. También arranqué mi primera mata de yuca. Nos dejamos arrastrar del rio Caguán buscando peces para cazarlos con pistola neumática (no la llevaba yo, no avanzo tan rápido), perdimos la pistola neumática en un descuido, me acosté como un tronco mirando el cielo azul profundo de un día soleado, hasta que me estrellé con un tronco y perdí la careta con la que estaba careteando la lado de Ciro y Toño, quienes llevaban sus pistolas neumáticas. Hace tiempo no estaba tan despreocupado de mis cosas, de mis papeles, tan con sólo lo necesario, dejándome arrastrar de la corriente durante horas. San Vicente respira una libertad en la que se mezcla el llano inmenso con la selva generosa. Ayer, al salir a la finca, dejé mi celular en casa de Ciro, como hace tiempo que no hacía. Comienza mi desintoxicación tecnológica.
Sin más rodeos, estos son algunos temas que quizás desarrolle luego en otras entradas. Sé que no podré con todos ellos, pero nombrarlos por lo menos me puede ayudar para sostenerlos activos en la memoria un poco más:
Familias
envidiables: ¡he encontrado unas familias tan bonitas! Lo común y
llamativo en estos casos es la forma como se han conformado. Lo
normal es que no se trate de familias nucleares típicas, es decir,
una pareja con sus hijos biológicos, sino que son comunes la
adopción de hijos de uno por parte del otro.
Las
calles del sabor: Los vecindarios de mis amigos son espectaculares.
Cada uno en su estilo. En Valledupar, Barranquilla, Cartagena y San
Vicente del Caguán he dado con cuadras de barrio popular muy unidas
y festivas. Los vecinos y parientes circulan como si la casa fuera
espacio público.
San
Agustín por los ojos de mi sobrina: A mi sobrina le encanta
escribir, inventar letra a las canciones, hacer periódicos
improvisados,... y me pidió que jugáramos a escribir lo que pasó
el día que fuimos a San Agustín.
Mi
tocayo de Suaza: Un moto-taxista, de nombre Javier, me charló
rápidamente sobre la situación de la gestión cultural en su
pueblo, mientras me llavaba a Guayabal, el día que intentaba llegar
lo más rápido posible a Florencia, para pasar a esta etapa del
viaje en la que me encuentro ahora.
Tratare
de escribir más corto. La verdad, el estilo diario que acompañó el
relato de búsqueda de Pedro por la Sierra Nevada es muy exigente
para el poco tiempo que me está quedando de escritura y también
creo que se hará pesado para varios amigos que quizás no tengan
tanto tiempo como para ponerse a leer todo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarHola Javier, me alegra saber de tus viajes y caminos,¡que buena manera de direccionar esa montaña rusa de emociones.Lejos de ser egoísta me parece sincero y generoso el gesto de compartir tus experiencias, leerlas para mi es también un viaje.Aunque en este momento no puedo seguir el ritmo de las entradas en el blog te animo a seguirlas escribiendo y me quedo con las ganas de leer acerca del panorama de la GC en Suaza. Mejor dicho, en palabras de Baudelaire:
Borrar¡Asombrosos viajeros! ¡Qué nobles relatos
Leemos en vuestros ojos profundos como los mares!
Mostradnos los joyeros de vuestras ricas memorias,
Esas alhajas maravillosas, hechas de astros y de éter.
¡Deseamos viajar sin vapor y sin velas!
Para ahuyentar el tedio de nuestras prisiones,
Haced desfilar nuestros espíritus, tensos como un lienzo,
Vuestros recuerdos enmarcados por horizontes.
Decid, ¿qué habéis visto?
Finalmente un abrazo y muchos aprendizajes!