miércoles, 7 de enero de 2015

¿Lugar equivocado? (primera parte)

La búsqueda de Pedro, mi amigo arhuaco de los tiempos de la universidad, tenía algo de místico, por los contenidos de nuestras conversaciones en esa época. Ambos teníamos inclinaciones “trascendentales”. En mí, estaba más reciente la salida de la influencia de los jesuítas, con quienes casi me voy al finalizar bachillerato. Él tenía en sus intenciones prepararse para ser un Mamo de la Sierra. Así que en nuestras conversaciones el sentido de la vida, de los estudios, del aprender, etc. eran temas comunes. También éramos compinches ocasionales algún viernes por la noche en planes festivos improvisados.

Por correo electrónico hace un par de años habíamos planeado una visita a Nabusimake y él me había dicho con sorna: -aquí lo ponemos a trabajar en alguna cosa-. Pero ese fin de año otro plan se atravesó y no pudimos ir a la Sierra. En esta ocasión, había un compromiso que me creé yo mismo a partir de esta historia intermitente en común. No estoy seguro de que después de tantos años, realmente Pedro se tomara en serio lo de que iría a la Sierra a visitarlo. Yo caminaba, primero por el sendero que conduce de Pueblo Bello a Las Cajas, en sentido este-oeste. Luego en sentido sur-norte, por un sendero mucho menor, de travesía, que se apartaba del primero y señalaba hacía las montañas más altas de la Sierra. Y al mismo tiempo pensaba en cómo sería el reencuentro. Iba contento de estar fuera de cobertura por un tiempo. Verifiqué que el celular que llevaba ya no tenía señal, tomé algunas fotos con él y lo apagué. Seguí tomando fotos con una cámara fotográfica. No tener señal de teléfono me hizo sentir tranquilo. En los últimos días, había recibido cantidades de mensajes de las listas de amigos, por whatsapp, con mensajes de feliz navidad. Algo afectivo también me afectaba y estar aparte sentía que me ayudaba.

Entrar en la Sierra caminando, con todo mi equipaje, aunque fuera pesado, por un camino que no era de carros, me hacía sentir libertad. La casi certeza de que no llegaría esa noche me hacía sentir que tendría un encuentro con la montaña, con algo espiritual que había en la montaña y que dicho encuentro sería personal. Pero mis limitaciones con el idioma, el acento, el temor a ser reprendido por alguien que opinara que yo no tenía permiso para subir, me ponían en una situación de relativo abandono durante el viaje. Cuando me separé del camino hacia Las Cajas, pensé que estaría descubriendo un camino más corto, frecuentado solo por campesinos e indígenas locales. La travesía que tomé por momentos parecía que se convertía solo en el camino hacia una casa. En una de estas casas, en la profundidad de un bosque de galería de un arroyo mediano, bastante tupido, donde escuché a una familia trabajar recogiendo leña o cortando algo en un montecito, un hombre joven me señaló que estaba en el camino correcto y me dijo que llegaría a la carretera de nuevo. Al llegar a la carretera principal, tendría que atravesarla y seguir derecho para llegar a Nabusimake. Sin embargo, llegué e ese punto de la carretera a las 6:30 p.m. Ya con poca luz del día.

¿Dónde dormir? No había luna llena, así que caminar de noche no era buena idea. En una casa que había cerca del lugar en que llegué a la carretera, llamé para pedir que me dejaran guindar mi chinchorro para dormir. Pero la mujer del lugar al parecer no me entendió, o le dio miedo. Así que tras llamar un rato y preguntar desde lejos, sin obtener respuesta que pudiera entender, seguí mi camino. Un perro en la oscuridad, apareció de improviso en la oscuridad desde algún lugar donde estaba camuflado y trató de atacarme, pero se percató de que yo ya lo había visto y no se acercó tanto. Se acerco y se alejó gruñendo y corriendo como una pequeña avalancha. También tenía hambre, pero no me mordió. Pensé que la señora que me miró desde lejos no me entendió, o que estaría sin su marido y desconfiaba. Igual el señor joven que me había dado las indicaciones antes en el sendero, se había hecho entender con dificultad. Lo mismo que con los señores a quienes pedí permiso en el pueblo. Especialmente con el que se quedó con las bolitas de tamarindo, no hubíamos tenido prácticamente comprensión mutua.

Igual yo ya había pensado en la posibilidad de dormir a la intemperie. Por eso traía mi chinchorro, y estaba en condiciones de prepararme un arroz con sardinas y comer caliente antes de acostarme. Ahora, acababa de salir a la carretera y, según la indicación que había recibido cuando tomé el sendero que se apartaba del camino de Las Cajas (ver foto), debía cruzar la carretera y seguir subiendo derecho. Yo pensaba en un camino subiendo por una ladera larga, así que me había parecido lógica la indicación. En la oscuridad que ya había vi una especie de sendero que se iniciaba un poco más adelante al otro lado de la carretera, me encaramé como pude y caminé un rato por él. Me dí cuenta de que el sendero iba apenas paralelo a la carretera y que no había manera de continuar caminando hacia arriba por ahí, pues era muy escarpardo. Entonces desde mi sendero pregunté a unos hombres y un niño si iba en esa dirección hacia Nabusimake. Ellos me dijeron que sí, pero por la carretera, que era el camino más recto desde aquí. Bajé con cuidado el barranquito sobre el que se apoyaba al falso camino que yo había tomado, imaginando que la gente de ahí estaría pensando algo como "turista aventurero tonto".

Una vez en la carretera, sentí la tranquilidad que da el saber que caminando por allí no había pierde. Los mismos que me hicieron bajar del barranco me dijeron que quizás llegaría a la medianoche siguiendo la carretera. Así que llegué a pensar esa posibilidad. Pero con mi maleta pesada, era demasiado pedirle al cuerpo. A las 8 p.m. a un lado de la carretera, en un lugar donde soplaba el viento, una bifurcación donde dudé cuál sería el camino correcto, paré a hacerme la comida: arroz con sardinas, usando el campingaz recién arreglado. A mi paso por Bogotá había tenido tiempo de buscar quien me ayudara a arreglar el campingaz, que al parecer estaba tapado, pues el cilindro tenía gas aún, pero no prendía. En Manizales, en la tienda de deportes y acampada, que hay detrás de la gobernación (olvidé su nombre, pero es la única de este tipo allí, fácil de encontrar), la habíamos incluso probado con otro cilindro lleno y tampoco había funcionado. En Bogotá, pasé por los almacenes agrícolas de la 74, hasta que en uno de ellos me dijeron que seguro en las ferreterías de San Victorino, abajo de la Caracas, por las calles 11 y 12, lo podría encontrar. El lugar lo encontré el mismo día que emprendí el viaje, el 26 de diciembre en la mañana. Es la Ferretería Hamburgo, sobre la calle 12, una cuadra y media de la Caracas. El hombre, mayor, me recordó en el aspecto a mi tío Ernesto, quien tuvo una relojería cerca de allí, en la Jiménez con décima muchos años. El ferretero me dijo inicialmente que ellos no trabajaban con eso. Pero me pidió que le mostrara el campingaz, diciendo -Eso debe ser el fistico. Esto tiene un fistico, hijo-. Lo desenrroscó rapidamente, mientras continuaba: -Esto es muy fácil de arreglar, se puede tapar con cualquier poquito de agua que venga en el tanque. Lo único que hay que tener cuidado es con desatarparlo con algo que sea muy delgado, para no abrir más el fisto-. Me mostró una herramienta que parecía una aguja de crochet, pero la punta era un hilo metálico superdelgado. Mientras lo desatapaba, que fue cosa de segundos, me trataba con cariño: -Tiene que aprender a arreglar su herramienta, hijo, porque si se le daña esto entonces se queda sin la comida, mire bien...- Lo enrroscó de nuevo y le puso el fogóncito para probarlo. Funcionó. Había tardado dos minutos en total. No me cobró nada por ello. Me vendió la herramienta de destapar el fisto en 2.000 pesos y me despedí contento y agradecido, pensando en la ternura con que me había tratado este señor, en este sector de Bogotá donde todo el mundo espera rudeza. La ferretería está a una cuadra de la Iglesia del Voto Nacional, cerca de ahí deambulan muchos trabajadores sencillos, mezclados con habitantes de la calle y consumidores de cocaína que pululan por los alrededores del Bronx, el mayor expendio de drogas de la ciudad desde que se demolió la calle del cartucho.

Recordaba este y otros episodios previos del viaje, mientras prendía la estufa de campingaz y preparaba mi arroz con sardinas en un lugar incómodo, pues no había encontrado a los lados de la carretera un lugar plano o descampado. Había subido una zona boscosa espesa y sin caminos que se apartaran. A parte estaba oscuro y no era fácil adivinar por donde meterse. Pasaron dos familias que yo había sobrepasado en la caminata. Los saludé desde lejos, sin caer en cuenta de interrogarlos sobre cual de los caminos de era el correcto. Luego no pasó nadie más Decidí pasar la noche por ahí, y preguntar a la mañana siguiente al primero que viera.

Pero el lugar era incómodo. Al lado del cruce, la caída de arena y cascajo empleados en la carretera pisada por algún trabajador, o algo, había formado una especie de camino descendente, cortado a unos cinco metros -un falso camino-, que sin embargo, estaba protegido del viento. Por eso pude cocinar allí. Pero no había donde guindar el chinchorro, ni echarse a dormir. Elegí caminar un poco por el camino de arriba y buscar algo mejor para pasar la noche. Pero a la mañana siguiente evaluaría por dónde era el camino. Andando en la oscuridad, me pareció evidente que el camino no era ese. La ruta que tomaba era la de una quebrada que seguramente el otro camino cruzaba. Y al otro lado de la quebrada se veían montañas más altas de la Sierra. Me detuve. Regresé un poco y vi un descampado muy atractivo por el que se podía entrar a unos potreros de poca pendiente. Por ahí, entre dos árboles guindé la hamaca y pasé la noche. Unos murciélagos aleteaban alrededor y no me dejaban tranquilo. Yo me hice un ovillo en mi chinchorro minúsculo que había comprado hace tiempo pensando en un viaje como este y que mientras tanto había tenido en el patio de la casa, muerto de envidia hacia la hamaca, más amplia y donde todo el mundo se quiere echar. Por si acaso este fuera de los que muerden al ganado de vez en cuando, me tapé lo más que pude con mi ruanita roja, la toalla de papel que me habían dado en las duchas del terminal de Bogotá y al final me puse doble ropa, pues no llevaba más mantas. Apenas acababa de comenzar cuarto creciente. El cielo estaba muy estrellado y era hermoso. Pero hacía un frío horrible. No me había preparado para esto. Quizás estaba en el lugar equivocado.

No dormí bien. Pensaba que en semejantes condiciones, si tenía un sueño iba a ser importante. Quién sabe que entidad sobrenatural se me manifestaría. Pero la verdad es que no aunque algo soñé, no soy capaz de recordar nada, me parece que algo con Antonia, pero algo triste, como para no recordar. Por la posición, me entumía rápidamente. Así que logré dormir en períodos como de media hora y estar despierto igualmente media hora. Cambié de lado dos veces y decidí acostarme en el suelo. Funcionó para otros dos períodos de sueño y luego me volví a subir al chinchorro. Pero no me aguanté y a las 4:30 de la mañana desamarré el chinchorro y me decidí a arriesgarme por el camino de abajo.

Cuando llegué a la quebrada, vi que esta pasa sobre la carretera. Así que me quité los zapatos y cruce descalzo. El agua me refrescó. Mi cuerpo estaba cansado y pensé en bañarme ahí mismo en ese momento. Pero no sabía en qué momento aparecería el primer carro o moto de la mañana y tendría que mover todas mis cosas... No me animé. En cambió si me pareció un buen lugar para hacerme el primer tinto de la mañana. Ya eran poco más de las 5 a.m. Y aunque no había mucha luz, me esperaban horas de camino y había que animar el cuerpo. Mientras hacía el tinto, una luz que pensé de moto, descendía por el otro lado de la carretera. Era de linterna. Un señor venía por donde yo había venido, llegó al rio y pasó por un puente de madera hacia el lado de arriba, que yo no había visto. Él me vio calzándome los zapatos. Me dio vergüenza, aunque leve. A esa hora, un loco de la ciudad acababa de lavarse los pies, se estaba quitando la tierra como podía, llevaba una maleta pesadísima... Todo eso sin necesidad. Le pregunté si por allí iba a Nabusimake y me dijo que sí, -Derecho!- No me animé a preguntar cuánto me faltaba para sentir más vergüenza.

Pasé luego al lado de un colegio, cuyo nombre no me detuve a buscar, subí otra montaña, bajé otro valle, esta vez un valle seco, que me hizo preguntarme si realmente podía haber un lugar fértil donde habitara gente por allí. Aquel valle seco me pareció largo desde el comienzo, pues era evidente que había que cruzarlo y subir la montaña del otro lado, porque aquí no quedaba Nabusimake. Entonces pensé que realmente queda lejos esta vaina. Iba bien de fuerzas, pues había desayunado a las 6:30 a.m., poco después del amanecer, cuando coroné la subida antes del valle seco. Solo un poco dolorida la espalda.

Hacia las 9 a.m., luego de subir la montaña después del valle seco, descendiendo del otro lado, comencé a encontrar las señales de que ahora sí estaba llegando: un valle verde que se entreveía hacia abajo, no muy claro, pues la carretera baja serpenteando por un cañon pequeño, y un arroyo cristalino donde me detuve a hacer tinto de nuevo y comer. Estaba cansadísimo y no sabía cuánto tiempo me tomaría ya en el pueblo la búsqueda de la casa de Pedro. Mi espectativa por cómo sería Nabusimake era alta, y venía a mi memoria algún comentario suelto que alguna vez le oí al profesor Juan Pablo Duque, quien se refería a la arquitectura de Nabusimake como perfectamente integrada en el ambiente que la rodea. Había dicho algo como que 'cuando uno va llegando a Nabusimake, no piensa que está llegando a una ciudad, porque está tan integrada en el ambiente, que no se nota'. Apenas unos 15 minutos después de mi parada en el arroyo cristalino, comencé a entrar en el valle verde. Las primeras casas y las calles que comencé a ver parecían como de un jardín, pero no era una ciudad, o algo parecido. Más bien como una vereda con las primeras dos o tres fincas muy bien cuidadas. La ciudad (el poblado) vendría luego.


Ahora sí, comenzaba la búsqueda de Pedro.

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