sábado, 1 de octubre de 2016

Samai

¿En qué manos la Tierra, y en dónde están los que se enamoraron de ella?”
Pedro Ortíz


Caminando el valle de Sibundoy con amigos, enero de 2015
Muchos temas me hacen y me harán retornar a Sibundoy. Está la familia que me dio posada hace dos años, cuando en busca de sanación di una vuelta a Colombia cuya última estación fue allí -”Un perro me habló de esperar y se comió un pan que guardaba para almorzar...”, dice Pedro. Ana contempla las travesuras de Tobiash, Nerón, Max, Aura, Tony, y sonríe. Hasta ahora me doy cuenta de que el poema “Hija de la luna” es para ella. Hace dos años su hospitalidad y la de su familia me ayudaron a reorientar mi vida. Ahora, mi casa es un lugar que puede ayudar a otras personas a encontrarse. Imposible no sentir conexión con mi casa y con el proyecto impreciso, concreto intangible, práctico soñador que crece allí, mientras doy una vuelta para acompañar a Juana y Luz. Viaje impreciso, idealista insensible, poético realista, reduccionista abierto, javierto... estas cosas voy divagándolas, discurriéndolas mientras estoy sentado mirando el lugar de trabajo de Juana. Su jefa y ella, acordes al tamaño de la biblioteca sueñan suavecito, quizás cortico, cautas. El equipamiento tiene unas alas que andan sueltas por el pueblo, listas a ser dispuestas en conjunto, para volar. Pedro es una de ellas. Nombra el rio que seguiré: “Por aquí corren los días fríos de mayo. Leímos el Libro Rojo del Putumayo”. La palabra me da escalofrío. No olvido desde hace 23 años, cuando leí el adjetivo humble por primera vez. Era algo como “The native is so humble that...” '...cuando no llena el tarrito de la savia del caucho, agacha su cabeza y pone la mano para que se la corten' (lo recuerdo del artículo de M. Taussig que leímos en Etnohistoria, publicado en la revista Amazonia Peruana de 1976, si mal no recuerdo). Qué adjetivo tendrá la valentía y la bajeza de significar esta actitud? Humilde? Sumiso? Noble? Odiosas palabras, cada una que se atreva condenará a quien se atreva a pronunciarla... Ese camino es el que recorreré luego, cuando baje del Sibundoy a Puerto Asís. Después de la ruta que por Puerto Leguízamo lleva a El Encanto. Desde la casa de Santos, en un poblado en los alrededores de este puerto del Putumayo, a medio camino entre los Andes y la frontera con Brasil, en el punto llamado Tarapacá.

Pedro me explica que su poesía tiene el sabor de la tierra, transmite el calor de la tierra, del amor, de las pequeñas cosas, y tiene un toque de conciencia social, de educar a la gente y enseñar compromiso. Por eso anuncia guerreros que cambien los capítulos amargos de la vida. Es un indígena ingano recordando el régimen del terror de las caucherías de la Casa Arana. En pocos días estaré en esa casa, ahora convertida en el Colegio de La Chorrera, donde estudian los jóvenes Bora, Murui-Muina, M+n+ka y Okaina.
Vista del Colegio de La Chorrera

Paola Andrea me muestra la biblioteca y me anuncia ideas pendientes con Pedro y los escritores locales, rescates de las memorias en peligro de desaparecer, actividades con los niños, de creación de palabras nuevas, de nueva poesía, nuevos cuentos. Escuchamos a estos niños, piensan en cuento, cuando llega el momento de compartir lo que crearon en grupo, levantan todos la mano, todos los grupos quieren contar... Son guerreros de la palabra que se alistan para venir. Gracias Pedro. Gracias Pao.

Alguien me dijo, a propósito del tiempo,
que una mañana de neblina y trueno nació un guerrero.
Me he tendido a pensar en ese momento,

y en el viento, y en el viento...”
Pedro Ortíz (Samai)

1 comentario:

  1. Saludos, Javier. Gratos recuerdos en Putumayo. Gracias por escribir. Mi nuevo libro está disponible en Pacha Wasi, La Candelaria. Espero poder charlar contigo nuevamente.

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