“¿En
qué manos la Tierra, y en dónde están los que se enamoraron de
ella?”
Pedro
Ortíz
Caminando el valle de Sibundoy con amigos, enero de 2015 |
Muchos
temas me hacen y me harán retornar a Sibundoy. Está la familia que
me dio posada hace dos años, cuando en busca de sanación di una
vuelta a Colombia cuya última estación fue allí -”Un perro me
habló de esperar y se comió un pan que guardaba para almorzar...”,
dice Pedro. Ana contempla las travesuras de Tobiash, Nerón,
Max, Aura, Tony, y sonríe. Hasta ahora me doy cuenta de que el poema
“Hija de la luna” es para ella. Hace dos años su
hospitalidad y la de su familia me ayudaron a reorientar mi vida.
Ahora, mi casa es un lugar que puede ayudar a otras personas a
encontrarse. Imposible no sentir conexión con mi casa y con el
proyecto impreciso, concreto intangible, práctico soñador que crece
allí, mientras doy una vuelta para acompañar a Juana y Luz. Viaje
impreciso, idealista insensible, poético realista, reduccionista
abierto, javierto... estas cosas voy divagándolas, discurriéndolas
mientras estoy sentado mirando el lugar de trabajo de Juana. Su jefa
y ella, acordes al tamaño de la biblioteca sueñan suavecito, quizás
cortico, cautas. El equipamiento tiene unas alas que andan sueltas
por el pueblo, listas a ser dispuestas en conjunto, para volar. Pedro
es una de ellas. Nombra el rio que seguiré: “Por aquí corren
los días fríos de mayo. Leímos el Libro Rojo del Putumayo”.
La palabra me da escalofrío. No olvido desde hace 23 años, cuando
leí el adjetivo humble
por primera vez. Era algo como “The native is so humble
that...” '...cuando no llena
el tarrito de la savia del caucho, agacha su cabeza y pone la mano
para que se la corten' (lo recuerdo del artículo de M. Taussig que
leímos en Etnohistoria, publicado en la revista Amazonia
Peruana de 1976, si mal no
recuerdo). Qué adjetivo tendrá la valentía y la bajeza de
significar esta actitud? Humilde? Sumiso? Noble? Odiosas palabras,
cada una que se atreva condenará a quien se atreva a pronunciarla...
Ese camino es el que recorreré luego, cuando baje del Sibundoy a
Puerto Asís. Después de la ruta que por Puerto Leguízamo lleva a
El Encanto. Desde la casa de Santos, en un poblado en los alrededores
de este puerto del Putumayo, a medio camino entre los Andes y la
frontera con Brasil, en el punto llamado Tarapacá.
Pedro
me explica que su poesía tiene el sabor de la tierra, transmite el
calor de la tierra, del amor, de las pequeñas cosas, y tiene un
toque de conciencia social, de educar a la gente y enseñar
compromiso. Por eso anuncia guerreros que cambien los capítulos
amargos de la vida. Es un indígena ingano recordando el régimen del
terror de las caucherías de la Casa Arana. En pocos días estaré en
esa casa, ahora convertida en el Colegio de La Chorrera, donde
estudian los jóvenes Bora, Murui-Muina, M+n+ka y Okaina.
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Vista del Colegio de La Chorrera |
Paola Andrea me muestra la biblioteca y me anuncia ideas pendientes con Pedro y
los escritores locales, rescates de las memorias en peligro de
desaparecer, actividades con los niños, de creación de palabras
nuevas, de nueva poesía, nuevos cuentos. Escuchamos a estos niños,
piensan en cuento, cuando llega el momento de compartir lo que
crearon en grupo, levantan todos la mano, todos los grupos quieren
contar... Son guerreros de la palabra que se alistan para venir. Gracias Pedro. Gracias Pao.
“Alguien me dijo, a propósito
del tiempo,
que una mañana de neblina y
trueno nació un guerrero.
Me he tendido a pensar en ese
momento,
y en el viento, y en el
viento...”
Pedro Ortíz (Samai)
Saludos, Javier. Gratos recuerdos en Putumayo. Gracias por escribir. Mi nuevo libro está disponible en Pacha Wasi, La Candelaria. Espero poder charlar contigo nuevamente.
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