martes, 10 de octubre de 2017

La generosidad porteña

[Casa Marcela, Villa Lugano, Buenos Aires, 9 de octubre de 2017: 8:45 a.m.]

Una amiga viene insistiéndome hace tiempo en la importancia de aprender a recibir. Así pues, en Buenos Aires estoy teniendo una oportunidad importante para lograrlo.
Marcel Mauss (sociologiac.net)
Desde que llegué, he venido siendo sujeto de relaciones de intercambio diferido dignas de ser citadas por Marcel Mauss, ese reconocido estudioso, antropólogo, de los regalos, presentes, ofrendas, trueques y otras formas de “negocio” que se mueven entre la generosidad y el interés.

Recién desempacadito del avión, en el Aeroparque Newbery, con la vista del Rio de la Plata en frente, la primera donante fue una joven tucumana de nombre a la cubana (se llama como la hija de Fidel). Como en otras ocasiones, pretendió que quien era del lugar era yo, preguntándome si por allí pasaba el autobús número 33. Ocasión para enterarme yo mismo que ese era el autobús que yo debía tomar. Pero una vez ya subidos en el número 33 en cuestión, a punto de volver a bajarme, dándome cuenta que hace años que ya no se puede pagar en el propio autobús, sino que debe ser con una tarjeta de SUBE, ella me detuvo: –No. Espera. No te bajés. Yo te marco. En serio… Sin vergüenza, pero agradecido, subí, insistiendo en pagarle el pasaje. –Pero si no pasa nada, tú acabas de llegar, es como la bienvenida… Mientras, la conversación se iba hacia su trabajo como artista en el sector de San Telmo, hace paisajes, expone y vende en esa calle (Defensa) que se abarrota de turistas buscando un lugar donde ver bailar tango, antigüedades, romper el aburrimiento del turista dándose codazos con otros turistas… Pensé en ofrecerle un regalo, algo colombiano, había traído media libra de café (uno bueno, pero no de la Federación), galletas de café y caramelos de miel, todo pequeño, pero mientras los buscaba en la maleta, me dio pereza. Es sólo una vez, me dije…
Calle defensa, un domingo (commons wikipedia)
La conversación dio para intercambiar correos electrónicos y continuar charlando después. Lamentablemente, no hubo segundo encuentro. Dos días después salió para Tucumán y no alcanzamos a encontrarnos para tomar un café, invitarla a algo, corresponder… 

[10 de octubre, 10 a.m.] El de Alina sería un caso aislado si no hubiera necesitado al día siguiente transporte para retornar desde la calle Santafé con 9 de julio hasta el hostal, que está a una cuadra de calle San Juan, por donde esta cruza a San Telmo. Había caminado por la mañana para recordar las calles y familiarizarme de nuevo con ellas. Llevaba más de cinco años sin venir, y había sido otra estancia aún más corta que esta. Son 45 minutos a paso de contrarreloj los que quería ahorrarme. Entonces, en la parada del colectivo (como se llama a los autobuses), pedí a la primera persona que vi ilustración sobre las rutas, que me marcara con su tarjeta y yo le pagaría el pasaje. La chica, en esta ocasión menos joven que el día anterior, me dijo –No te preocupées. Si no es naada… Llegó el autobús, subimos, marcó y no me quiso recibir nada. Así que poco después le regalaba yo los caramelitos de miel y le echaba un cuento de cómo se hacen.

La tercera víctima fue un hombre, y la cuarta también. Había pensado que a lo mejor se trataba de mi atractivo natural pues, como no me he afeitado desde que llegué y aquí ese look está de moda, y sin peinar… ¡mejor aún! Pero el hombre al que pedí que me marcara la tarjeta y yo le pagaba, para ir al coloquio a la segunda mañana de mi estancia en la ciudad dijo algó inaudible terminado en chée y tampoco me quiso recibir dinero. Y el que me marcó para ir del centro hasta la casa de Marcela, mi anfitriona de couchsurfing, tampoco me quiso cobrar, y ni recuerdo lo que dijo.

Grupo "A las Tres", en concierto. Ariadna (izq.), Marcela y Sole (der.)
Cuando le conté a Marcela, ella buscó una tarjeta sin usar que tenía por ahí y me la prestó. De manera que no seguí ya aprovechándome de la buena voluntad de los usuarios del transporte público. A lo más, me colé una vez, más o menos sin querer. Fue ayer, cuando con mi maleta a cuestas, de retorno a los hostales del centro quise tomar el premetro, un vagón de tren que hace ruta por barrios periféricos del sur de la ciudad y termina en una esquina de la línea E del metro. El pasaje es más barato, solo 2,50 pesos (el de metro vale 6,50). Como al subir, en avenida general Roca, a la altura de Villa Lugano, vi que nadie pagaba, y el vagón se llenaba, y todos pasábamos delante de un policía que vigilaba el vagón, me dije –o el policía está muy perezoso o se paga el tiquete a la salida… Me dormí y desperté ya en Plaza de los Virreyes, fin del recorrido, los niños y sus madres habían bajado ya. Los pocos que abordaban el metro, sacaban sus tarjetas y marcaban para salir. Yo no tenía ya tarjeta. Rápidamente me dirigí al guarda de seguridad de la estación y le dije –voy a comprar la tarjeta, déjame salir a la taquilla. Compré la tarjeta. Vale 25 pesos, pero no pagué el pasaje de premetro. 25 pesos me pareció muy caro… 

Imagen del pre-metro (dossiertransporte.com.ar)

Pero estoy olvidando otro episodio, también me quedé sin saldo en la tarjeta… Para llegar a la cita con David –casi mi familia aquí- en un teatro por Palermo, otro porteño me volvió a gastar. A este sí le dije –¡Es que no me dejan pagar!... Tampoco me hizo caso (¿o quizás recibió un billete de cinco y otro de dos y los guardo en silencio en su bolsillo? Lo he olvidado ya, recuerdos se confunden). Y después de las cervezas y la comida con David (esto sí lo invité yo, ¡algo es algo!), él tuvo que marcarme la tarjeta en el colectivo, pues la mía seguía sin recargar (marca al amigo y baja, como se hace a veces aquí). Pero estas dos transacciones son difíciles de calificar, pues David ahora es porteño-colombiano (¿lo es? ¿Será porteño-ñero? ¿quilmeñero? ¿De la estirpe de los neoñeros iniciada por su hermano mayor hace años en México?).

Barrio Papa Francisco, en construcción, frente al Jumbo de Escalada
En cambio, ¿yo qué he dado? Con orgullo, puedo decir que ya le gasté el primer viaje a un desconocido. Fue en el viaje a Quilmes el sábado en la tarde, a un balbuciente trabajador que regresaba de su trabajo a su casa y al parecer había perdido su tarjeta. Su acento me resultaba tan difícil, y parecía algo borracho, la gente no le hacía conversación, yo seguí el ejemplo un poco, pero con respuestas cortas lo tenía a raya en la fila del colectivo. Me ayudó en todo caso a saber que la ruta 98 tiene variantes, la 1, 2, 3, 4, y 5, y quizás más, pero no quise preguntar. Al final de su monólogo me propuso lo mismo que yo le había propuesto a mis donantes –marcáame y yo te pago a vos… Le dije que no. Después de que le marqué se fue a la última silla entre la multitud apretada y no habló más.

Para coronar: al día siguiente, luego de andar la playa de Quilmes, en busca de un negocio con wi-fi para poderme comunicar con David, en el único negocio que parecía tenerlo, el hombre de la barra, no me entendió que no llevo señal de datos y necesito wi-fi, pensó que no tenía tarjeta de crédito y estaba sin dinero. Había yo preguntado precios y mi cara reflejaba alguna contrariedad (pues lo más barato: el jugo de naranja, me pareció caro, 80 pesos, unos 15.000 pesos colombianos). Entonces lo resolvió fácil –El jugo te lo invito yooo… si no es naaada… Hay que sumarlo al vaso de sidra casi lleno que me regalaron en un bar donde cené el sábado, algo perdido en Quilmes Oeste, buscando wi-fi, y terminé bailando con cuatro señoras con sus canas pintadas de amarillo y rojo y el marido de una de ellas.

Ribera del Rio de la Plata en Quilmes. A la derecha (a lo lejos) el club de pesca Pejerrey.
Con saldo en contra, si contamos la infinita generosidad de Marcela, que me ha dado posada, comida, planes culturales y sociales, información, y me ha presentado a cantidad de gente interesante, creo que mi aporte aquí va siendo risible (la noche que tuve que pagar hotel –regateando como pude- en Quilmes: 450 pesos, en los hostales el promedio diario es 200 pesos en habitación compartida con seis). Antes de anoche intenté corresponder un poco y la situación fue propicia: tras el concierto de Marcela, con su grupo “A las Tres” y el solista Gastón Massenzio, cuatro músicxs hambrientos y dos amigas fueron mis primeras receptoras de algo: chorizo picante, queso pategras y pan con chicharrón, que eran mis tesoros del día, desaparecieron en cuestión de minutos… aaa!

Sesión fotográfica de "A las Tres" después del concierto.
Y ayer cociné algo para Marcela: patacones, marranitas (adaptadas a productos locales: pategras y dulce de batata) y ensalada de mis hallazgos en Liniers (el mercado popular más interesante que he visto por aquí, con muchos bolivianos, peruanos y chilenos: chuño del altiplano, huesito chileno, cancha peruana, restaurante boliviano…). Le eché radicheta, alfalfa, ajos triturados (bien secos, que pueden comerse como pasabocas), y las más conocidas cebolla roja, tomate, más queso pategras, ciruelas pasas y nueces pecanas. El balance de la medida de generosidad, sigue a favor de los porteños.

La cuenta que haría Rusell Bernard, para mis amigxs antropólogxs fieles al registro pormenorizado de la vida social, que aporte a la administración (estilo colonial?), sería más o menos esta (¡gracias Marcela!):


Item
Entradas
Donante
Salidas
Seis viajes en autobús
39 AR$
La generosidad porteña

Una bolsita de caramelos de maní

Javier – detalle viajero
3.000 COP
Una cajita de galletas de café

Javier – detalle viajero
7.000 COP
250 gramos de café

Javier – detalle viajero
5.000 COP
Tres noches de hospedaje gratuito en habitación individual
1350 AR$
La generosidad porteña + couchsurfing Marcela

Tres desayunos y una cena
250 AR$
La generosidad porteña + couchsurfing Marcela

Un jugo de naranja
80 AR$
La generosidad porteña

Cena improvisada de pategras, pan de chicharrón y chorizo

Javier – detalle viajero
150 AR$
Cena de raviolis y pizza con David

Javier – detalle viajero
250 AR$
Un vaso de sidra
80 AR$
La generosidad porteña

Ensalada, marranitas, patacones, yuca frita

Javier – detalle viajero
Invaluable
Tres CDs: Patuá, Amalgama y Mar Adentro, de Marcela Viciano
Invaluable
La generosidad porteña + couchsurfing Marcela


El almuerzo de hoy -la despedida- será preparado entre los dos. La cuenta de lo que me he atrevido a avaluar, va 1799 AR$ - 475 AR$. La generosidad porteña, al parecer, me triplica al momento de esta etapa del viaje. Pero contando lo invaluable...

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