lunes, 25 de septiembre de 2017

¿Entonces, no va a ver a la abuela de Rigoberto?


[Nido Colibrí, vereda La Floresta, Villamaría, Caldas, agosto 10 de 2017: 9 p.m.]

Una vez escritos los primeros grandes propósitos de organización de mi tiempo durante el período sabático, el primer viaje fue dentro de la región occidental de los Andes colombianos, desde Manizales, a lo largo del rio Cauca, hacia el norte, apartándonos luego de este valle imponente para meternos en la cordillera occidental, en el nudo de Paramillo, valle del rio Penderisco, municipio de Urrao, departamento de Antioquia, cuna del recientemente subcampeón del Tour de Francia: Rigoberto Urán.


Somos ocho pasajeros en dos carros, con la misión de visitar a una amiga que dejó la ciudad por apostarle a un emprendimiento comercial –y de vida- en la cabecera municipal de Urrao, y lógicamente, también conocer o acercarnos un poquito a Rigoberto. Samir y Ángel, los más jóvenes del grupo, madrugaban a ver pedalear a Rigoberto por televisión. Con ellos habíamos incluso llegado a decir que nos veníamos en bicicleta a hacerle un saludo de honor. Pero una rápida visión de GoogleMaps, mostrándonos un recorrido de 250 kilómetros, con más de 100 de ellos en territorio quebrado con bastante desnivel, nos disuadió fácilmente (ir y volver nos tomaría más de los tres días disponibles). Así que por la carretera, mientras subíamos y bajábamos, especialmente en la segunda mitad del trayecto –entre La Pintada y Urrao- íbamos evaluando el terreno: -No está tan duro como pensábamos… -Esto se podía… -No sube tanto… Eran nuestros comentarios. Pero también: -Y Rigoberto sí está ahí?
Caminata por la rivera del rio Penderisco

 Pasamos el sancocho de bienvenida de nuestros anfitriones, el paseo en caminata por la carretera que va a Carmen de Atrato, unos seis kilómetros antes de la cabecera municipal, cruzamos a nado el río Penderisco en la parte donde se junta con el Pabón y la quebrada San Juan, rescatamos varias veces el sombrero vueltiao que el viento arrebataba a “La Negrita”, nuestra anfitriona emprendedora, nos tomamos fotos, cruzamos puentes tan colgantes que parecen hamacas, que contraen el corazón de quien los pasa y pueden hacer llorar de miedo, pero por donde pasan los vecinos de la región cargados de bultos de leña y otros productos, en un espectáculo que no tiene el circo del sol, visitamos la plaza de mercado, descubrimos el queso dulce y la cosecha de arracacha blanca, comimos rollitos de canela baratos y deliciosos, estuvimos en el parque principal, en el aeropuerto de dos vuelos semanales, desde donde se divisa el valle con el pueblo en toda su majestuosidad, el rio con sus incontables meandros, el verde claro de los potreros desmontados hace décadas para ganado y el oscuro de los piedemontes, aún enmontados y cuidando el agua… Ya cansados, visitamos los negocios de nuestros anfitriones y fuimos luego al apartamento de “La Negra” para conocer su espacio en este pueblo lejano, al que nos tomó casi una jornada llegar.
Puente colgante sobre el rio Penderisco

Pero un poco antes de ir al apartamento, no podía faltar, Ángel me pregunta: -Y dónde es la casa de Rigoberto?... ¡Cierto! ¡No hemos preguntado nada! Miramos lo que está más a la mano: un puestico de maíz pira de colores en el parque principal, lugar de la pregunta. Compramos crispetas y preguntamos, pero nos dicen que no saben, que hay que preguntar en otra tienda, una que está al lado de la iglesia del pueblo. Ahí nos dirán.

Un señor mayor, al fondo de la tienda, donde venden muebles y adornos de casa, nos dice claramente que Rigoberto no vive aquí en Urrao. Al parecer vino no hace mucho de visita y se fue de nuevo, pero está en el pueblo la casa de su mamá, cerca de la Plazuela, un poco arriba de la bomba de gasolina. Y que la abuela vive en la vereda Pabón, lejos. Recuerdo que el rio Pabón desemboca en el lugar donde estuvimos nadando en la mañana y me emociono por unos segundos, pero hay que ir a cumplir la visita en el apartamento. Samir y Ángel también escucharon al señor. Comentamos brevemente que al parecer no podremos conocerlo, que a la próxima vez nos tocará avisarle para que nos pueda recibir. Reímos un poco… -Pero se puede venir en bicicleta, decimos. Más tarde, al comentarlo, uno de los anfitriones me verifica que efectivamente, a la vereda Pabón se va por la misma carretera terciaria en que está la finca donde nos alojamos.

A la mañana siguiente, los efectos del asado que siguió a la visita al apartamento de “La Negra” son notables en la hora de levantada. Leda y yo decidimos adelantar un poco de la preparación del desayuno comunal, cortando la carne que quedó del asado y juntando lo que hay. Pero al ver que aun así nadie se levanta, con lo que tengo puesto, sudadera y cotizas, me salgo a la carretera y empiezo a trotar en dirección a la vereda Pabón. Mi distancia preferida para una mañana como esta, por carretera similar a la que conduce a mi casa en zona rural de Villamaría, Caldas, son cinco o seis kilómetros, que recorro sin prisa, pero sin detenerme, salvo por una piedrita que se me mete en la cotiza derecha a medio camino. No sé a dónde llegaré, ni dónde parar. Pienso que debería ser un lugar que tenga nombre, para explicar a mis anfitriones hasta dónde fui y que me cuenten algo, pero la mayoría de fincas y casas no tienen nombre. Recuerdo solo que había una fonda de nombre nacionalista (que he olvidado ya) y después de dos puentes sobre el rio y dos pequeñísimas subidas y bajadas, y descubrir que el rio Pabón también es un valle tan bello como el del Penderisco, llego a la Institución Educativa Rural Valentina Figueroa, grande, al costado izquierdo de la carretera, pero con una casa de dos pisos al lado derecho que parece hacer parte o estar relacionada, aunque no está dentro de la cerca de malla de alambre, que solo cubre los edificios, canchas e instalaciones de en frente, donde, pese a ser día festivo, al parecer unas personas preparan algo de comida. Puede ser que haya jornada de clases, pues a eso llegaron los profesores con el Ministerio de Educación en las negociaciones del paro que acaba de terminar. Aquí puedo preguntar, pensé. Y mis pantorrillas, ya cargadas, por un camino con muchas piedras redondas, pensaron en voz baja –¡Ufff! ¡Menos mal!

I.E.R. Valentina Figueroa (iervalentinafigueroa.weebly.com)
-¿Disculpen, saben si por aquí es donde vive la abuelita de Rigoberto Urán?... Y yo sin llevar siquiera un presente… Pero sólo por saber… -Eso todavía le falta, es bien arriba. Pude escuchar consoladoramente, al tiempo que me resignaba a devolverme sin conocerla, solo sabiendo que estuve en la vereda y en el colegio. Pero un niño, un adolescente de por ahí mismo, que manejaba una moto, al borde de la carretera quiso aprovechar para saber más: -Y las muchachas estas de aquí arriba, qué son de él?... –Ellas son primas y tías… Doy las gracias, ellos siguen con prisa a cumplir con sus tareas. Entonces el niño, al ver que me devuelvo, me pregunta: -¿Y no va a subir a conocer a la abuela de Rigoberto? –No. Yo no la conozco y no llevo nada. Además ella debe estar ocupada con sus cosas.


El camino de regreso me pareció mucho más suave. Pero las pantorrillas, ni modo, quedaron algo cargadas por un par de días.

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